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Turistas con trolleys pasando por tu calle

Una marea humana responde en las calles al turismo de masas en las Islas Canarias

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(Para leer el artículo, busca un audio con sonido de trolley rodando sobre acera, traca-traca-traca, y póntelo en bucle, por ejemplo este).

Traca-traca-traca… El turismo estaba bien, incluso muy bien, cuando todos podíamos ser turistas y parecía un partido de ida y vuelta: unas veces jugábamos de locales, aguantando en nuestras ciudades y pueblos a los turistas de otros lugares; y otras veces éramos nosotros los visitantes y ellos tenían que aguantarnos en sus ciudades y pueblos. Traca-traca-traca… No era un juego equilibrado ni justo, nos tocaba muchas más veces de locales, pero una o dos escapaditas al año con vuelos baratos y pisos de Airbnb nos compensaban algo las molestias y limitaba nuestras protestas: quién se iba a quejar del turismo teniendo la nevera forrada de imanes. ¡Todos éramos turistas! Ni nos molestaba el traca-traca-traca del trolley pasando a las seis de la mañana por nuestra acera, porque otras veces éramos nosotros los que despertábamos vecindarios enteros con nuestra maletita de ruedas.

Traca-traca-traca… Además, teníamos interiorizado que el turismo es riqueza, es nuestro petróleo, el mito original del desarrollismo español, generaciones educadas como figurantes simpáticos y serviciales de un país cuyos gobernantes, presidentes autonómicos y alcaldes cantan los sucesivos récords de visitantes, compiten para posicionar el destino como “marca” en los mercados internacionales, y frente a las molestias prometen apostar por el “turismo de calidad”, eso tan gracioso (y tan clasista) que llevamos décadas oyendo. Así vivimos muchos años, traca-traca-traca, quién puede oponerse a la riqueza, quién no quiere ser el país más deseado. El traca-traca-traca tempranero por nuestra calle era la música del progreso, el crecimiento, el trabajo, el dinero.

Pero el juego se ha ido volviendo más y más desequilibrado: tu ciudad o pueblo está cada vez más turistificado, traca-traca-traca, y tu trabajo en el sector servicios es tan precario y la vivienda tan cara, que no te lo compensa un viaje al extranjero que igual ya tampoco puedes plantearte porque eres un inquilino que ve subir el precio de su alquiler desde hace años en porcentajes de dos dígitos, y con creciente riesgo de pobreza. Traca-traca-traca… La riqueza generada por el turismo está cada vez peor repartida: que la comunidad más turística, Canarias, sea también la que tiene niveles más altos de exclusión social lo dice todo. ¿A dónde se fue toda esa riqueza? Normal que sean los primeros en movilizarse masivamente.

Entonces, traca-traca-traca, te fijas más en las molestias que antes te parecían soportables: no solo la precariedad laboral y la subida de alquileres; es que además tu ciudad o pueblo se ha convertido en un parque temático o un gigantesco centro comercial, o las dos cosas a la vez, ideal para visitantes pero inaccesible para los trabajadores del sector, que acaban en campings, caravanas o camas calientes; e inhabitable para los lugareños, que nos acabamos sintiendo algo peor que turistas en nuestra propia casa: turistas pobres en nuestra propia casa, alojados en las peores habitaciones e incapaces de disfrutar toda esa oferta cultural, de ocio y gastronómica al alcance del visitante. Y encima ese puto traqueteo de trolleys por tu calle desde primera hora hasta la noche. Traca-traca-traca-traca-traca…

La resistencia ciudadana contra el turismo depredador (no la llamemos turismofobia, no les compremos el marco) solo puede ir a más, especialmente en España. Este año batiremos todos los récords de visitantes, y con ellos los récords de efectos negativos del turismo sobre la población, y récord también de traca-traca-traca… Los gobiernos toman nota del malestar y prometen medidas, tímidas frente a la voracidad turística: cobrar una tasa a los visitantes (Venecia empieza a cobrar entrada, pero sin limitar el número de visitantes), frenar la construcción de nuevos hoteles (lo acaba de aprobar Amsterdam), controlar con poco éxito y menos convicción los abusos de la vivienda turística, y hasta prohibir el rodar de trolleys. Medidas que van muy por detrás de la degradación urbana, ecológica y social, y muy por detrás de la paciencia de los vecinos, que maldecimos cada trolley que pasa bajo nuestra ventana, y cualquier día les echaremos un cubo de agua. Traca-traca-traca.

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