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Los orígenes literarios de libreras de Madrid: de un pueblo de Toledo al Ateneo Grand Splendid de Buenos Aires

Ana y Marina, trabajadoras de la librería Muga, en Puente de Vallecas.

Guillermo Hormigo

Madrid —

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Parecen saberlo todo porque sí. Como si esa seguridad mezclada con gentileza fuera algo inherente, que les viene dado desde que se ponen detrás de un mostrador o a rellenar los estantes. Pero detrás de cada librera hay una historia, un rastro de páginas que se inicia en lugares de lo más dispares, pero que en estos casos ha tenido un destino común: Madrid.

Con motivo del Día del Libro, que se celebra este martes 23 de abril, en Somos Madrid hemos querido conocer de cerca esos inescrutables derroteros que han llevado a varias de estas personas a sus actuales tareas literarias. Algunas son empleadas, una de ellas copropietaria, pero todas comparten una pasión buscada o sobrevenida de la que han hecho su oficio.

Tintín en la librería, Astérix en la biblioteca

El recorrido empieza en la librería Muga, en el número 89 de la avenida Pablo Neruda de Puente de Vallecas. En ella trabajan Marina y Ana. La primera estudio Filología Hispánica, la segunda Filosofía. Ambas fueron clientas antes que libreras, hasta que Igor, el dueño, apostó por ellas.

Marina nació en Collado Villalba, al norte de la Comunidad de Madrid. “Allí no tenía ninguna librería de referencia, la verdad, y la biblioteca era muy pequeña y tremendamente desatentida. Una pena, la verdad, pero bueno siempre me gustó mucho leer en casa”. Por ello, cuando se trasladó a Madrid, comenzó a acudir asiduamente a librerías como esta. Hace cinco años, pasó de un lado al otro del mostrador.

Ana, sin embargo, es vecina del barrio de toda la vida. “Bueno, desde los dos añitos”, matiza. Prácticamente creció y maduró a la par que Muga, abierta en diciembre del año 2000. “Me acuerdo de que venía superilusionada a comprar comics de Tintín con mi madre”. Precisamente fue ella quien le animó a enviar el currículum. Y de aquello hace ya “seis o siete añitos”. Son la muestra más clara de que se trata de una tienda de proximidad, en la que la cultura y la vida comunitaria se dan la mano.

Además de la propia Muga, de su infancia recuerda las visitas a la biblioteca del Centro Cultural Paco Rabal, la más cercana al establecimiento, a su instituto y a su propia casa. “En la época de estudiante nos quedábamos de vez en cuando hasta las tantas. Una vez la Paca, una vecina, nos preguntó qué leches hacíamos ahí un viernes por la noche”, cuenta.

Aunque siempre le ha impresionado más la Biblioteca Pública Miguel Hernández: “Es mucho más grande, a mí me parecía una cosa alucinante. Además tiene una sección infantil muy completa, que es algo que ahora intentamos cuidar en Muga. De ahí sacaba tebeos de Astérix, que también me encantaban”. Preguntaba sobre si menos que los de Tintín, porque esos sí que los comproba, sonríe. “Puede ser”, contesta.

Las vivencias de Marina, llegada a la zona mucho más tarde, tienen que ver con los lugares en los que se ha lanzado a leer con el paso del tiempo. Se trata de pequeños parques, zonas verdes e incluso áreas caninas del barrio. En el Cerro del Tío Pío, más conocido como el parque de las Siete Tetas, asegura que le cuesta más concentrarse: “Ya va demasiada gente”. Ana coincide, aunque matiza que ella se distrae siempre que lee fuera: “Soy de hacerlo en casa y por temporadas, a veces leo mucho pero luego me puedo tirar semanas mucho más desconectada”.

Reciclarse para reciclar

María José trabaja desde hace 10 años en Alcaná, una de las librerías de segunda mano (o “de viejo”) de referencia en Tetuán, situada en el 52 de la calle del Marqués de Viana. Un establecimiento modesto pero coqueto, fantásticamente distribuido a través de estantes y vitrinas.

La trayectoria de esta empleada se ajusta a la perfección a la idea de dar una segunda vida a la lectura. Después de terminar sus estudios en Madrid y trabajar “muy poquito tiempo” en su sector, que prefiere no concretar, “me dieron esta oportunidad y la aproveché”. En medio de la estancia, una caja repleta de libros envueltos en papel de regalo demuestra que efectivamente la vida depara caminos inesperados: “Elige tu libro sorpresa por 2 euros”.

Para María José el lugar más importante en su interés por la lectura (que siempre estuvo presente aunque no se dedicara a ello inicialmente) fue la Casa de la Cultura y la Biblioteca Municipal de Corral de Almaguer, un municipio de 5.000 habitantes al este de la provincia de Toledo. Porque a veces, cuando hay instituciones que ponen de su parte, la pasión lectora no entiende de frontera ni de Españas vaciadas.

Tampoco se olvida de la Biblioteca Pública José Luis Sampedro, en Chamberí, su banco literario de referencia ahora que reside en el entorno de la glorieta de Bilbao. “Si me permites tengo que seguir trabajando”, se disculpa María José después de dar este dato. Durante unos minutos ha vuelto a reciclarse, esta vez como entrevistada, pero ahora el deber le llama.

Del alma literaria de Buenos Aires al corazón de Madrid

Andrea Stefanoni abrió junto a dos socios La Mistral en el número 2 de la Travesía del Arenal, en pleno centro de Madrid, hace menos de tres años. “Parecen bastantes más”, bromea. Nació en Buenos Aires y allí se dedicó durante décadas al sector al que todavía hoy dedicas las horas, justo el caso opuesto a María José.

También autora, Andrea trabajó 20 años como gerente de uno de los espacios más inauditos y fascinantes de la capital argentina: el Ateneo Grand Splendid. Una librería ubicada en el barrio de Recoleta ubicada donde lo hiciera el teatro Grand Splendid, del que conservó la arquitectura original a la par que se readaptó para funcionar como librería.

En febrero de 2021, pocos meses antes de que La Mistral echase a andar, se mudó definitivamente a Madrid con el objeto de levantar un negocio como el que se ha acabado materializando. El Madrid librero no le era ajeno: “Siempre que venía a la ciudad aprovechaba para pasarme por La Central a comprar algún ejemplar que no encontraba en Buenos Aires. Y cuando iba a Barcelona igual”.

De su etapa bonarense se queda con la lectura en los cafés. “No es nada especial ni mucha historia, pero iba mucho por el Café Habana. Es una pena que este tipo de ambientes se hayan ido perdiendo y ahora en muchos cafés te regañan por sacar un libro o consultar el portátil, incluso colocan carteles en la entrada avisando de que nada de eso está permitido”. Según Andrea, no era necesario que proliferasen las cafebrerías para que ambos elementos converjan a la perfección.

Antes de seguir con sus quehaceres, la también escritora aprovecha para hablar de su libro, en el que relata su verdadera historia de orígenes. La abuela civil española (Seix Barral, 2015) es un compendio de relatos que le contaban sus abuelos sobre la Guerra Civil española, por la que se vieron obligados a emigrar. Así, la literatura supuso un doble reencuentro de Andrea con sus raíces: primero uno creativo y narrativo, más tarde uno laboral y físico.

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