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Cuando la corrupción llama a tu puerta

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Ante los mediáticos casos de corrupción que ocupan la atención de la mayoría de los medios informativos, habría que preguntarse cómo actuaríamos en circunstancias similares. Al plantearnos las relaciones con nuestros semejantes a lo largo de nuestra vida, tendríamos que distinguir entre las que no podemos elegir, como son las que tenemos con nuestros padres, hijos o hermanos, que están condicionadas por factores afectivos y de las que no podemos excluirnos, de aquellas otras que sí dependen de nuestra elección, como son las que establecemos con nuestra pareja o amigos y de las que sí podemos prescindir. Pero qué ocurre cuando las conductas de estos derivan en actuaciones delictivas o inmorales, en estos casos sí que tendríamos que tener en cuenta cuál es nuestra posición en la sociedad y hasta qué punto la conducta de aquellos podría interferir en nuestra actividad. En el terreno privado lo aconsejable sería apartarse de los mismos. Ahora bien, en el desempeño de un cargo público, cuando se detecta una conducta ilegal en un amigo o pareja, caben dos tipos de respuesta: mantenernos en el mismo si consideramos que no ha interferido en nuestro cometido como servidor público, lo cual sería una respuesta legal pero no ética, o dejarlo, que sería lo más honesto. No sería lo mismo cuando existieran lazos de parentesco, en cuyo caso no estaríamos obligados a abandonar el cargo salvo que se hubiera detectado la utilización de nuestra posición para un beneficio ilegal.

Parece haberse instalado en la sociedad una pugna entre principios, legalidad o ética, de tal forma que hemos dado preferencia a lo legal sobre lo ético como si fuera el máximo nivel en la integridad de las personas y hay que tener en cuenta que en ocasiones se puede actuar dentro de la legalidad y no ser honrado, pero lo que no es posible es que un sinvergüenza pueda ser honrado.

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