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«Los majos y las manolas podrían ser el equivalente de los canis o las chonis de hoy»

Luis de la Cruz

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Cuando, recientemente, reabrió el Museo de Historia de Madrid de la calle Fuencarral, en el antiguo edificio del Hospicio, echamos a faltar una mayor presencia de la historia de las clases populares entre sus fondos.

La historia de Madrid, además, está trufada de leyendas y tópicos, heredados de los escritores madrileñistas del XIX y principios del siglo XX, cuyos escritos pioneros han seguido reproduciéndose hasta la saciedad entre los aficionados a la historia local. Con el ánimo de atender más a las clases populares y comprender un poco mejor la vida de los vecinos de la época, comenzamos hoy una serie de artículos semanales que nos trasladarán a los agitados hechos del motín de Esquilache o a la complicada peripecia vital de los pobres en los momentos inmediatamente posteriores a éste.

Comenzamos la serie con una breve charla con el historiador Álvaro París Martín, investigador doctoral en el departamento de Historia Moderna de la Universidad Autónoma de Madrid y miembro del Grupo Taller Historia social. Su tesis analiza la sociabilidad y la política de las clases populares madrileñas durante el último periodo absolutista (1823-1833).

¿Qué eso del pueblo bajo Álvaro? ¿Qué lugar ocupaba en la sociedad de su época?

Pueblo bajo es uno de los términos con el que las autoridades y las élites designan a las clases trabajadoras madrileñas, que no será desplazado por otros conceptos como clase obrera hasta mediados del siglo XIX. Se trata de un término despectivo, que nos remite a una población de trabajadores pobres que habitaban los barrios bajos madrileños (Lavapiés, el Rastro, Maravillas o el Barquillo). Si nos alejamos de las descripciones estereotipadas de la literatura costumbrista y abordamos la realidad social de este grupo, observamos que gozaba de una identidad y cultura propias, mostrando un desprecio hacia los sujetos acomodados y las clases medias ascendentes. Cuando una persona elegantemente vestida se adentraba en un barrio popular como Lavapiés, recibía los insultos y burlas de las vecinas, que consideraban decadentes las costumbres de los grupos sociales superiores.

En cuanto a su papel en la sociedad, el pueblo bajo se encontraba en el centro de la vida industrial y comercial madrileña, nutriendo los oficios artesanales, el sector del abastecimiento y la construcción. El peso de la Corte descansaba sobre las espaldas de los trabajadores y trabajadoras, que han sido en buena medida excluidos de la Historia.

Tenemos muy oído aquello de chisperos, majos y manolos…tenemos entendido que tu investigación en curso contradice un poco esa clasificación del pueblo madrileño de la épocachisperos, majos y manolos

Luis Paret y Alcázar

Familia popular | http://www.historiasocial.org/

Las imágenes del chispero, el majo o el manolo, corresponden a tipos literarios, figuras empleadas para representar a las clases populares en el teatro y la literatura. El desconocimiento generalizado de la sociedad de la época, ha provocado que estas descripciones rancias se repitan hasta la saciedad y sobrevivan hasta el día de hoy en los relatos madrileñistas. Sin embargo, aunque sea absurdo mantener esta clasificación, es cierto que los tipos son un reflejo de la percepción que se tenía en la época de las clases populares. Además, el pueblo asistía y disfrutaba de representaciones teatrales en las que se utilizaban estos clichés, por lo que la construcción de estos modelos no era totalmente ajena a la mentalidad popular.

Los manolos de Don Ramón de la Cruz, por ejemplo, recogen de forma caricaturizada algunos rasgos característicos de la cultura popular y la vida cotidiana de finales del siglo XVIII. Ahora que este debate está en la palestra, podríamos decir que este proceso guarda un cierto paralelismo con las figuras del cani o la choni. Aunque se trate de estereotipos de carácter clasista, en ocasiones los protagonistas se apropian de ellos para reafirmar su identidad. Del mismo modo, parece probable con las trabajadoras madrileñas se identificasen con el carácter altivo y desafiante de las manolas y naranjeras que desfilaban por los escenarios teatrales.

¿Cómo era la vida diaria, en pocas palabras, de un vecino de Tudescos o de otras zonas de lo que hoy es Malasaña en el siglo XVIII?

Dura y precaria. Buena parte de los artesanos, jornaleros y trabajadoras que poblaban el barrio de Maravillas (actual Malasaña) no podían aspirar a vivir de su oficio. El desempleo y el subempleo estaban muy extendidos, por lo que era necesario buscarse la vida de cualquier forma imaginable para poder comprar una ración de pan y pagar el alquiler de un cuartucho.

Una leve subida de precios, una enfermedad o un accidente hacían tambalearse a las frágiles economías domésticas. Esta situación se agudizaba en el caso de las mujeres, excluidas de la mayoría de oficios socialmente reconocidos y empujadas a los trabajos formalmente descualificados. El elemento que hacía posible sobrevivir en Madrid era la solidaridad entre los de abajo, los vínculos familiares y de paisanaje, las redes informales de microcrédito. Las fiestas, los juegos, las tabernas, la música y las conversaciones en los mercados o plazuelas, alimentaban la vida de unas comunidades populares que aún no habían sido sometidas a la disciplina y la moral capitalistas. Por eso la protesta (como se observa en el motín contra Esquilache) estaba inserta en los ritmos de la fiesta y la cultura popular.

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