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El ilustre vecino de la Calle Libertad 5

Somos Chueca

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En la Calle Libertad número cinco podemos encontrar una placa que el Ayuntamiento colgó allá por el año 2005 y que pasa totalmente desapercibida para la mayoría de los viandantes. Se trata de un homenaje a Miguel Mihura, uno de los dramaturgos españoles más importantes del siglo XX, que vino al mundo en ese edificio un 21 de julio de 1905 y que comenzaba sus memorias diciendo «cuando yo estaba a punto de nacer, Madrid no estaba inventado todavía, y hubo que inventarlo precipitadamente para que naciese yo y para que naciese otro señor bajito, cuyo nombre no recuerdo, que también quería ser madrileño», palabras de las que se hace eco la placa.

Un gráfico ejemplo del desarrollado sentido del humor que movía su vida y que tanto transfirió a su obra. No es de extrañar si tenemos en cuenta quien fue su padre: Miguel Mihura Álvarez, actor, comediógrafo y empresario teatral de quien heredó su afición al humor y a las tablas y del que todavía se recuerda la obra “El pueblo del peleón”, una ingeniosa variación de la zarzuela “La corte de Faraón” escrita en colaboración con Ricardo González.

Dicen las crónicas de aquellos años que Mihura era un niño hipocondríaco y sensible, y que sus ganas de formarse eran tales que además de cursar estudios superiores (algo poco habitual en su tiempo) y estudió por su cuenta lenguas, dibujo, pintura y música. Siendo aún muy joven, Mihura abandonó sus estudios para dedicarse al humor y la historieta en revistas como Gutiérrez, Macaco, Buen Humor y Muchas Gracias.

Miembro de la generación del 27 por edad supo llevar como pocos, junto a José López Rubio, Enrique Jardiel Poncela, Edgar Neville o Antonio Lara, el humor a la literatura y fue precursor en nuestro país en trasladar el surrealismo a los escenarios a través del teatro del absurdo.

Guionista, periodista, académico de la Lengua (ocupó el sillón K), pero sobre todo autor teatral, su sentido de la ironía y su sagacidad le permitieron sortear con gracia y habilidad el férreo control de las ideas que había en esos tiempos en España y permitió a varias generaciones de españoles escapar de la agobiante atmósfera y la triste realidad que vivían entonces a través de sus obras.

Es, de hecho, un gran amante de Madrid, a la que retrata y reinventa con un particular y esperpéntico sentido del humor y en clave de crítica social en sus historias más populares como “Maribel y la extraña familia” , “El caso de la señora estupenda”, “Ninette y un señor de Murcia” o “Tres sombreros de copa”(1932). Esta última obra, que no se representó hasta veinte años después (el 24 de noviembre de 1952), es una más representativas del cambio de estética teatral que caracterizaría la escena española de la postguerra.

Durante los años de la Guerra Civil dirigió la revista La Ametralladora, una publicación de carácter humorístico editada y publicada en Valladolid en la que firmaba con el seudónimo Lilo y en 1942 fundó la revista La Codorniz, en la que colaboraron los mejores humoristas gráficos y literarios de la época y que Mihura dirigió hasta 1946. Él mismo dijo de ella:



«Yo recuerdo que ‘La Codorniz’ nació para tener una actitud sonriente ante la vida; para quitarle importancia a las cosas; para tomarle el pelo a la gente que veía la vida demasiado en serio, para acabar con los cascarrabias; para reírse del tópico y del lugar común; para inventar un mundo nuevo, irreal y fantástico y hacer que la gente olvidase el mundo incómodo y desagradable en que vivía. Para decir a nuestros lectores: "No se preocupen ustedes de que el mundo esté hecho un asco. Una serie de tipos de mal humor lo han estropeado con sus críticas, con sus discursos, con sus violencias. Y ya no tiene remedio. Vamos a olvidarlo y a procurar no enredarlo más. Y aquí, reunidos, mientras la gente discute y se mata, nosotros, en un mundo aparte, vamos a hablar de las mariposas, de las ranas, de los gitanos, de la luna y de las hormigas. Y nos vamos a reír de los señores serios y barbudos que siempre están dando la lata y buscándole los pies al gato". Y por eso los señores barbudos los dibujaba Herreros dentro de los bolsillos de sus protagonistas, allí arrinconados, a punto de morir de asfixia».



Fue autor asimismo, solo o en colaboración, de los guiones de numerosas películas, algunas tan destacadas como La hija del penal (dirigida por E. Maroto), Boda en el infierno (dirigida por Tony Román), La calle sin sol (dirigida por Rafael Gil), La corona negra (dirigida por Luis Saslawski) o Bienvenido, Mr. Marshall (dirigida por Luis García Berlanga).

El tema de la libertad aparecerá también en ¡Sublime decisión! (1955), Mi adorado Juan (1956) y La bella Dorotea (1963), si bien desde perspectivas diferentes. En la primera, trata la emancipación de la mujer a finales del siglo XIX. En la segunda, invita al espectador a vivir al margen de las estrictas y convencionales normas sociales. En la última, refleja el enfrentamiento de Dorotea con una sociedad mezquina y cruel.

A partir de la década de los cincuenta se produce un pequeño cambio en la obra de Mihura: la sátira se impone sobre el humor. Este viraje, que se aprecia ya en El caso de la señora estupenda (1953), se consolida en A media luz los tres. También participará en el guion de la película Bienvenido, Mister Marshall en 1952 junto a Bardem y Berlanga.

Nos dejó en Madrid, su ciudad natal, el 28 de octubre de 1977, cuanto contaba con setenta y dos años de edad y su cuerpo fue trasladado a San Sebastián para su entierro, lugar en el que residió durante la Guerra Civil y en el que descansan sus restos.

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