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El momento decreciente

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Según Víctor Hugo “no hay nada tan poderoso como una idea a la que le llegó su momento”. Desde hace décadas llevan diversos agentes sociales planteando ideas y propuestas, acciones y movilizaciones, para limitar el crecimiento de la industria turística toda vez que sus impactos ambientales y sociales comienzan a percibirse mayoritariamente como un problema. No es que antes no lo fuera, pero, evidentemente, ahora hay una porción significativa de la población que, al plantearlo como tal, también pretende su solución. Según Smelser (Tejerina B.): “Para el desarrollo de las creencias generalizadas es importante la aparición de factores precipitantes que crean una sensación de urgencia y aceleran la movilización para la acción. Estos factores precipitantes pueden ser accidentales o buscados, pero en cualquier caso alcanzan un alto grado de significación social para aquellos que se movilizan”.  

La situación de malestar creada por el capitalismo turístico en muchas de sus consecuencias ha conducido, al igual que en décadas anteriores, a la población isleña a manifestarse el pasado 20-A. Dicha y diversa movilización ha hegemonizado el debate que toda la sociedad acomete, obligando a muchas instituciones y agentes sociales a pronunciarse al respecto. Incluso, algunos han incluido en su agenda y programas propuestas planteadas desde hace tiempo y que siempre desecharon cuando no atacaron directamente. ¡Es la hegemonía, camaradas! La semana del 5 de febrero del año 2023, planteé un conjunto de propuestas en el Parlamento canario, entre las que se encontraba la de limitar la compra de viviendas y propiedades a extranjeros no residentes en las Islas. La crisis de la turistificación siguió su insoportable rumbo de hacinamiento y expulsión de los guanches supervivientes, hasta colocarnos al borde de la extinción. Por eso, al igual que en otros momentos de la historia de Canarias, son muchísimas personas de diversa condición social, sexual, de renta, de estatus, de ideología, que han dicho que ya no se puede aguantar más. Y lo que es más preocupante, que nuestra descendencia podrá menos, y tendrán que irse expulsados del paraíso. Pero, ahora, los movimientos y agentes sociales han logrado hegemonizar el debate con su agenda, y han obligado a diferentes poderes explícitos y en la sombra a decir al respecto. Siendo benévolos, la evidencia es tal que, incluso los detractores de nuestras propuestas, las asumen como suyas. Aceptándolas. Incluyendo a numerosos medios de comunicación que no hace mucho nos tildaron de radicales y turismófobos, nos tergiversaron y ocultaron nuestras razones, ahora abren sus páginas y micrófonos con ellas … y con las del contrario. En eso consiste o debería consistir la libertad de expresión. Quizás porque CC así lo ha dictado, o quizás porque cierta prensa se lo ha dictado a CC. Ya no me queda claro quién dirige la política en las Islas, lo cierto es que, al presidente del Gobierno de Canarias, y a muchas responsables institucionales no le ha quedado otro remedio que dar pábulo y abrir la posibilidad de ir aprobando algunas medidas indispensables para retomar el bienestar de los aborígenes. Prohibir la venta de propiedades a extranjeros, tasas turísticas, regular la vivienda vacacional y precio de alquileres, declarar zonas tensionadas, etc.. Medidas estas que agredieron y vilipendiaron no hace un año, ahora las tienen que aceptar como reivindicaciones de compañía, ya que no parece que la interpretación de la nefasta realidad que hacemos los autóctonos isleños vaya a cambiar fácilmente. La cosa está clara; suponiendo que esto sea un paraíso, ya no nos pertenece. Somos una periferia del ocio y del placer, y hay pueblos enteros convertidos en un souvenir para guiris. Tal es el malestar que, incluso los colonos asentados, se quejan de que no deberían venir más colonos. Se trata de iniciar un camino simbólico y estructural para reapropiarnos del espacio vital. Las ideas y valores de los alzados, parece que han calado en el alma de la cuna isleña. Por eso, el momento angustioso de incertidumbre que vivimos por que los nuestros no tendrán dónde vivir, interpretado colectivamente como saturado y depresivo, debe convertirse en un momento “decrecivo”. Hay que decrecer y limitar el impacto social de la industria turística que destruye derechos vitales como la paz de saber que siempre podremos desparramar la vista sin tropezar con cemento, o poner una toalla cerca del mar. Quizás Víctor Hugo tenía razón, y aunque tengamos que seguir empujándolo, ha llegado el momento de aplicar una moratoria al capitalismo turístico.

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