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ENTREVISTA

Lluis Montoliu, investigador del CSIC: “La falta de integridad científica sale demasiado barata en España”

Lluis Montoliu, científico del CSIC y autor de 'No todo vale'

Antonio Martínez Ron

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La imagen que tenemos de la investigación científica está contaminada por los tópicos que hemos visto en las obras de ficción. En el prefacio de su nuevo libro No todo vale (Next Door, 2024), Lluis Montoliu nos propone imaginar a un científico que encuentra unas hormigas en una selva remota, se las lleva a su laboratorio y desarrolla con ellas un tratamiento para salvar a su hija de una terrible enfermedad. ¿Qué estaría mal en esa situación tan parecida al argumento de una película? El investigador del Centro Nacional de Biotecnología (CNB-CISC) nos responde que prácticamente todo, porque existen una serie de protocolos que garantizan que no se pueda poner en marcha cualquier ocurrencia, que se supervise cada paso y que no se ponga en riesgo la vida de ninguna persona.

En las páginas de este nuevo trabajo, el genetista español nos conduce por algunos de los asuntos más apasionantes y candentes de la investigación científica actual, desde qué regulaciones tiene que pasar cada ensayo clínico a los desafíos que plantean los descubrimientos en genética, biotecnología o inteligencia artificial. ¿Es ético ponerle un corazón de cerdo a alguien condenado por intento de asesinato? ¿Es lícito crear animales a la carta, como gatos que no produzcan alergia? ¿Podemos poner neuronas humanas en el cerebro de un animal a ver qué pasa? Son solo algunas de las muchas cuestiones que plantea.

En los anteriores libros, Montoliu nos había hablado de las técnicas CRISPR (Editando genes), de las sutilezas de la pigmentación celular (Genes de colores) y sobre las enfermedades poco frecuentes (¿Por qué mi hijo tiene una enfermedad rara?). Con No todo vale pone bajo la lupa un asunto del que no se suele hablar tan a menudo, como son los comportamientos tramposos o inmorales por parte de los científicos y las regulaciones para evitar estos desmanes.

Con las piernas “todavía temblorosas” por la noticia recién recibida de que le han concedido el premio CSIC-Fundación BBVA de Comunicación Científica, en reconocimiento a su labor incansable, Montoliu desgrana en la redacción de elDiario.es algunas de las claves de su nuevo libro.

Con el título de “No todo vale”, su libro podría pasar por un ensayo político. ¿Hay en la ciencia las mismas malas artes que en política?

Los científicos y científicas no somos nada distintos al resto de la población, y quien lo crea está equivocado. Como entre los periodistas, los taxistas o los jueces, hay gente capaz de tomar atajos y saltarse las normas. Por eso tenemos que tener un marco que nos indique qué es lo que podemos hacer y debe haber sistemas para detectar quién cruza esas líneas y separarlos del gremio. 

Los avances científicos siempre van más deprisa que las regulaciones, ¿es una carrera del ratón y el gato?

Es verdad que la regulación siempre va por detrás de la ciencia. En España somos campeones en sacar nuevas leyes, pero no se trata de eso, sino de adaptar las existentes. Tenemos leyes estupendas, como la Ley de Investigación Biomédica, la Ley de Reproducción Asistida o la propia Ley de la Ciencia, que acabamos de reformar, que han sido avanzadas a su tiempo, pero que evidentemente hay que adaptarlas al nuevo conocimiento.  

Hay científicos que se saltan las estrictas regulaciones bioéticas de la UE o EEUU haciendo sus estudios con embriones animales y humanos en países con regulaciones más laxas, ¿eso qué le parece?

Yo soy bastante crítico con esto de las quimeras, que son el resultado de mezclar células de distintas especies a nivel embrionario y ver cómo se entremezclan. A partir de ahí nace un animal que tiene partes de una especie y partes de otra. Esto puede parecer antinatural para cualquiera que nos lea, pero sirve para estudiar cómo las células encuentran su destino, cómo se desplazan para convertirse en corazón, hígado o cerebro. Sin embargo, para esto no necesitamos utilizar células humanas. Se pueden usar células de ratas y ratones y es más que suficiente. Claro que usar células humanas consigue abrir periódicos y muchos titulares, pero no creo que tengamos todavía que hacer eso. 

¿Hay quien hace ciencia buscando ese impacto?

No sé si este es su objetivo, pero yo preferiría dedicar más tiempo a la investigación básica detrás de estos desarrollos y no saltar a humanos ni producir quimeras hasta que no controlemos muy bien lo que queremos hacer.

Una rata con un 15% de células humanas, ¿sigue siendo una rata? ¿Y con un 25%? ¿Cuándo cambia su estatus y adquiere una conciencia pseudohumana o humana?

Porque producir quimeras puede tener consecuencias que no hemos previsto. Por ejemplo, una rata con un 15% de células humanas, ¿sigue siendo una rata? ¿Y con un 25%? ¿Cuándo cambia su estatus y adquiere una conciencia pseudohumana o humana? No tenemos respuestas para estos retos, por lo tanto, no nos tiremos a esa piscina en la que todavía no hay agua.

Con estos comportamientos, ¿se perpetúa el mito del doctor Frankenstein, el del ‘científico loco’ que 'juega a ser dios’?

Sí, pero para ser justos, es verdad que hay personas que han hecho estos experimentos y lo han justificado muy bien. Un buen ejemplo es Sergiu Pasca, de la Universidad de Stanford, que en octubre de 2020 metió unas neuronas derivadas de organoides en un cerebro en desarrollo de una rata recién nacida. Y uno puede preguntarse: ¿para qué hace eso? Pues, al cabo de dos años, ha descubierto cuál es el gen que está afectado en una enfermedad ultrarrara, el síndrome de Timothy, y ha probado un tratamiento eficaz en ratas con neuronas de esa enfermedad. Aquí sí está justificado este tipo de experimentos con células humanas. O cuando se usan en cerdos para generar órganos para futuros trasplantes. 

Otro caso de actualidad son los llamados ‘embriones sintéticos’, ¿cuál es su utilidad?

En este caso ha influido mucho el poder de las palabras, porque los embriones humanos tienen un estatus moral muy bien definido en las legislaciones. La pregunta que nos tenemos que hacer es: ¿esto son realmente embriones? En este caso no lo son, lo que pasa es que llegó a la prensa con esa expresión. Ahora se han dado cuenta del error de llamarlos así y los llaman ‘modelos embrionarios a partir de células madre’, que es mucho menos sexy, pero será más útil.

¿La bioética trata de apuntalar el principio de que no todo aquello que se puede investigar se debe investigar?

La bioética intenta responder a dos cuestiones. En primer lugar, ¿para qué quieres hacer ese experimento? No vale con que puedas hacerlo técnicamente. Y, en segundo lugar, ¿cuál es el potencial beneficio colectivo? No para la persona. Lo que usted espera encontrar, ¿va a repercutir en beneficios para un mayor grupo de personas o para la ciencia en general? ¿Está justificado? Porque si no lo está, la bioética te dice que no debes hacerlo.

Ya se ha conseguido obtener óvulos a partir de espermatozoides en ratones macho, ¿algún día se podrán usar en reproducción humana en parejas de hombres?

Esto es una revolución en biotecnología. Es el trabajo de Katsuhiko Hayashi el año pasado. Yo vi cómo lo presentaba en Londres en directo y la gente se caía de las butacas. La idea es que tú tienes un ratón macho del que puedes obtener espermatozoides, y de su piel puedes derivar óvulos que pueden ser fecundados por su propio esperma. Y, al fecundarlos, los ratones que nacen tienen por padre y madre al mismo individuo. Esto se puede hacer en ratones, porque admiten la consanguinidad máxima.

El Comité de Ética de la Investigación que contempla la Ley de Ciencia podría funcionar como oficina de integridad científica

¿Será lícito este uso?

No lo sé. Lo que nos muestra este experimento es la enorme plasticidad que tienen las células de mamíferos. Ahora no es posible, que quede claro, pero quizá en un futuro una pareja de hombres homosexuales lo puedan hacer, tener hijos con material genético de ambos. Ahora solo pueden tenerlo con material de uno de los dos. Uno aportaría el esperma y otro la piel de la que obtener el óvulo, aunque esos embriones tendrían que gestarse en el útero de alguien por gestación subrogada, y eso en España no es legal.

A pesar de los controles, nos seguimos encontrando casos de fraude científico. ¿Se necesita una oficina de integridad científica en este país?

Eso es lo que se ha intentado con la reforma de la Ley de la Ciencia en septiembre de 2022, que en su artículo 10 ha incorporado el Comité Español de Ética de la Investigación. Ese comité tiene una orientación para evaluar todos los aspectos éticos de la investigación y puede funcionar como oficina de integridad científica, y esto creo que es lo que deberíamos desarrollar, porque otros países la tienen. Estados Unidos, por ejemplo, la tiene desde 1989 y esa oficina es ejecutiva. Es decir, si te encuentra culpable de un caso de falsificación, de plagio o de fabricación de datos, no solo te va a poner una multa económica, sino que te puede enviar a prisión o inhabilitar para trabajar. En Europa son siempre comités consultivos, que emiten informes y luego está en manos de la autoridad, ya sea la universidad, el CSIC o el Ministerio de Ciencia, tomar medidas.

¿Cómo de extendidas están estas trampas?

El mejor metaestudio que hay sobre esto nos dice que las personas que alteran datos y hacen trampas aparecen en torno al 2%. Esto significa que en un centro con 500 personas tienes al menos diez de estos casos. Lo que tenemos que asumir es que siempre hay personas que van a intentarlo.

Pero quienes hacen trampa siguen escapando sin consecuencias, ¿qué está fallando?

Tenemos unos mecanismos para investigar, pero nos falta que haya consecuencias. En otras palabras, sale demasiado barato la vulneración de la integridad científica en España, y esto es muy triste. Sale barato aprovecharse. En la mala praxis antes solamente se incluía la fabricación de los datos, la copia o la falsificación, pero ahora también tenemos otros tipos, como el cherry-picking. Esto es tremendo, porque durante muchos años no se ha explicado, tampoco en las aulas. A veces lo cuento en centros y universidades y la gente empieza a moverse en los asientos y a cuchichear. Y cuando les preguntas qué pasa, te dicen: esto lo hacemos nosotros en el laboratorio, a mí me han dicho que esto está bien.  

Nos ha faltado contundencia. Porque es tan difícil mantener la credibilidad y tan fácil perderla… Y no tenemos otra cosa

Cuando se han denunciado algunos casos, en función de la influencia del investigador se considera más o menos grave una de estas infracciones. ¿También se peca de corporativismo?

Nos ha faltado contundencia. Porque es tan difícil mantener la credibilidad y tan fácil perderla… Y no tenemos otra cosa. Cada dos años, la encuesta de la FECYT sobre la percepción social de la ciencia sigue situando a los científicos bastante arriba en cuanto a los gremios que generan credibilidad en la sociedad, por debajo de los médicos. Pero eso también conlleva mucha responsabilidad. A mí me tocó ser presidente del comité de ética del CSIC durante la pandemia y pasamos de ser un país en el que yo conocía a un experto en coronavirus, que era Luis Enjuanes, a tener centenares, si no miles de expertos. 

Bueno, si ponías la televisión, había millones…

Exacto, todo el mundo parecía experto. Cuando tienes tanta credibilidad por parte de la sociedad, eso conlleva una responsabilidad. Yo le llamo el “síndrome de la alcachofa”. Cuando te ponen un micrófono no te están pidiendo tu opinión, sino tu conocimiento. Si tú lo que vas a decir es tu opinión, lo mejor que puedes hacer es callarte, porque por muy investigador que seas, tu opinión es igual que la de una persona de la calle. 

Hay un principio que usted defiende a menudo, el de que antes de ponernos a mejorar nuestras capacidades, debemos terminar de curarnos, ¿se está incumpliendo?

A mí me parece obsceno que haya gente dispuesta a usar las tecnologías de edición genética para adquirir capacidades adicionales, como ser más rápido, aguantar cinco minutos debajo del agua en vez de dos… O, por ejemplo, lo que hizo este señor, He Jiankui, que empleando CRISPR quiso dotar de una capacidad a unos embriones humanos que estaban sanos, a los que no les pasaba nada. Quiso inactivarles un receptor para que no se contagiaran del sida.

Habrá quien piense que buscaba hacer el bien, ¿no?

Bueno, él mismo se presentaba como el gran salvador y esperaba que se le reconociera con un premio Nobel. Ese mesianismo delirante le llevó pensar que estaba solucionando un problema de orden mundial. Él quería generar una estirpe de personas que fueran resistentes al virus del sida porque China consideraba que tenía muchísima importancia. No lo consiguió, y además arriesgó la vida de tres niños que tendrán que estar sometidos a revisión y monitorización médica el resto de sus vidas, y que pueden transmitir esas modificaciones a su descendencia, que eso es un campo nuevo, que nunca había sucedido. Se saltó un montón de preceptos. Ahora ha salido de la cárcel y dice que va a curar la distrofia muscular de Duchenne. Este señor es un bocazas y es muy tóxico, no quiero hablar de él.

Los mesías de la ciencia son peligrosísimos

¿Estos ‘mesías’ son el gran peligro de la ciencia?

Efectivamente, los mesías son peligrosísimos. Además, cuando alguien dice ‘quito esto’, y quita una proteína porque es la puerta de entrada del virus, está olvidando que esa proteína está ahí por otras cosas y que al eliminarla igual estás poniendo en problemas a una persona, o le haces más vulnerable a otras enfermedades. Todo tiene consecuencias, y “no todo vale” en ciencia, que no sé si lo he dicho… (risas).

¿Cuál es el dilema ético al que no se querría enfrentar nunca como investigador?

No es estrictamente científico, pero es algo que me preocupa muchísimo. Nos hemos pasado años diciéndole a las asociaciones de pacientes ‘que viene la terapia’. Y ahora la tenemos aquí, y resulta que viene con unos precios astronómicos que van a dificultar, si no impedir, que llegue a todas las personas que lo necesitan. El dilema que creo que no me gustaría enfrentar, y que algunas personas tienen que enfrentar, es, con presupuestos siempre limitados, decidir qué enfermedades voy a tratar y cuántas personas voy a tratar de cada enfermedad. Ese me parece un problema terrible, pero esa es la realidad.  

El dilema que no me gustaría enfrentar es, con presupuestos siempre limitados, decidir qué enfermedades y a cuántas personas voy a tratar

Se invierte una ingente cantidad de dinero en investigación básica que lleva al desarrollo de un fármaco que luego vale una millonada y no todos los gobiernos financian. ¿Estamos ante una I+D para ricos?

El problema de la medicina personalizada de precisión, que es la que pensamos que va a llegar en el futuro, es que no va a llegar a todo el mundo. Se explica porque los precios que requiere no son compatibles con su uso masivo, y esto lo tenemos que resolver. Ese es el problema actual y ya no es científico, sino social, económico y político, es un problema de establecer prioridades. 

Le acaban de conceder el premio CSIC-Fundación BBVA de Comunicación Científica, ¿qué supone para usted?

Una alegría muy grande. Son muchas las personas que hacen muy buena divulgación en este país. Y que te reconozcan esta labor que uno hace convencido y lo hace de mil amores es una enorme satisfacción. Creo que la divulgación es importantísima. No solamente tenemos que hacer buena ciencia, sino que tenemos que aprender a contarlo bien. Y premios como este dignifican la divulgación científica.

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